miércoles, 27 de abril de 2016

Mi esposa quiere ser la puta de otro (1)



Somos una pareja liberal en la Ciudad de México. Mi nombre es Eugenio; tengo 42 años y estoy casado con Paty, una mujer que socialmente aparenta ser muy recatada, pero que en la intimidad es una verdadera puta.

Ella es muy bonita, de ojos grandes y negros, blanca y delgada, pero su mejor atributo es, sin duda, su enorme culo. Sus medidas son 88 centímetros de tetas, 62 de cintura y sus nalgotas alcanzan un metro de circunferencia. Hemos tenido experiencias con algunos hombres que se la han cogido delante de mí, gozándola en todas las posiciones y haciéndole de todo.

Quienes se la han culeado, al principio perciben a una mujer elegante, educada y algo tímida, pero cuando la tienen en la cama se dan cuenta de que es toda una perra que no se niega a casi nada.

Sus amantes se la han metido por la panocha, por la boca y por el culo, la han besado delante de mí en la boca y en lugares públicos, le han mamado todo el cuerpo y le han vaciado los mecos en todos lados, excepto dentro de la pucha o del ojete, pues cuidamos mucho nuestra salud y siempre la culean con condón. Sin embargo, una de las cosas que más le calientan es comerse la leche, por lo que casi siempre sus amantes acaban en su boca, sorprendidos al ver que mi puta esposa se traga hasta la última gota de sus mecos.

La verdad es que, al ser tan piruja, debería tener en su cuenta decenas de vergas que la hubieran hecho gozar pero, como comentaba, cuidamos mucho nuestra salud y somos muy selectivos al elegir a mis corneadores, por lo que Paty les ha dado las nalgas a siete u ocho hombres solamente, siempre delante de mí y, eso sí, gozando como una perra (eso es y le gusta que se lo digan).
Algunos los hemos contactado por Internet y otros los hemos conocido en viajes o en bares, pero siempre asegurándonos que no corremos ningún peligro. La mayoría de ellos sólo se la han cogido una vez, pues esto lo veíamos sólo como algo ocasional y furtivo, en tanto que sólo un par de ellos, le han metido la verga en tres o cuatro ocasiones.

Durante nuestras sesiones de sexo con otros hombres, yo he participado en algunas ocasiones dándole placer entre los dos, y en otras (las menos) observando solamente cómo se la tiran. Sin embargo, algo que nos calienta a tope es mi calidad de cornudo sumiso, comportándome como un esposo complaciente que no sólo permite que se cojan a su mujer en sus narices, sino que está dispuesto a “colaborar” para que la gocen.
De este modo, sólo con dos de mis corneadores he hecho el papel de cornudo sumiso, aceptando las órdenes que quieran darme, asumiendo que son superiores a mí y sirviéndoles como un criado mientras me ponen los cuernos. Esta situación es la que más nos excita y la disfrutamos mucho cuando la hemos puesto en práctica. 

Durante esas sesiones de sexo, no sólo sus amantes sino también mi nalgona esposa me humilla delante de ellos, burlándose de mí a carcajadas al ver que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para complacerlos.

Yo acepto sus burlas con agradecimiento y acato todas las órdenes que me dan, sin rechistar cuando me insultan y me sobajan. Sé que en esos momentos el importante es su amante y que yo paso a segundo término y, aunque es sólo una fantasía, la he visto gozar mucho más con otros que conmigo.

Siempre que cogemos a solas, ella y yo nada más, nos calienta recordar a los hombres que la han fornicado. Yo le pido que me diga lo que más le ha gustado de su entrega a otros machos y la muy depravada se excita tanto que me lo cuenta mientras se masturba, humillándome, desde luego, contándome los detalles y echándome en cara que cualquiera de ellos se la ha cogido mejor que yo, que cualquiera de ellos tiene mejor, más grande y sabrosa la verga, y que son mejores amantes.

Me dice maricón, poco hombre, puto y, casi siempre, mientras me habla de otros cuando cogemos, yo le lamo la pucha, en tanto que la puta de mi mujer invariablemente me dice que quisiera que fuera otro quien le estuviera lengüeteando la raja. A veces, cuando me dice esto, yo le pido perdón por ser yo quien le hace sexo oral y no otro, a lo que ella responde con una sonora carcajada y definiéndome con una frase que acepto como mi condición sexual: “Eres un pendejo”.


Con el tiempo, he llegado a aceptar que no soy suficientemente hombre para satisfacer a la golfa de mi mujer y que, sí, soy un pendejo en la cama. Cuando estamos excitados, ella me lo dice, llamándome “poco hombre” y restregándome que soy muy mal amante, que no la satisfago y que añora que sea otro quien se la clave y no un poco hombre como yo.

 Sin embargo, cuando no estamos teniendo sexo, en nuestra vida normal pues, jamás ha hecho referencia a lo insatisfecha que sé que se siente. Es prudente mencionar que nos amamos profundamente, que me ha dicho mil veces que soy el hombre de su vida y que nos unen sentimientos poderosos; por ello, precisamente, nunca se ha atrevido a decirme, sin el sexo de por medio, que ella necesita más. Sé que, dejando de lado el sexo, formamos una pareja perfecta y a ambos no nos hace falta nada y, creo que por eso, ella acepta resignada lo pendejo que soy a la hora de coger.

No es que tenga el pene pequeño, más bien lo tengo normal, ni tampoco soy impotente, pero ella me excita tanto (tiene un cuerpo maravilloso) y me calienta de tal manera con nuestra fantasía, que eyaculo muy rápidamente.

En ocasiones me he venido sin siquiera tocarme y con tan sólo escucharla hablar de cómo me ha puesto los cuernos; es algo que no puedo controlar y, por eso, procuro provocar un orgasmo en ella lamiéndole el coño mientras se masturba.

 Trato de controlarme, para no venirme antes, y ella se dedea con mi lengua en la pucha, hablándome de otros, sobajándome y deseando otras lenguas en su vagina, hasta que llega al clímax. Es entonces cuando se la meto, pero sólo puedo aguantar unos segundos antes de eyacular dentro de ella.

Al terminar, ella es muy cariñosa y hasta me dice que fue maravilloso, pero noto en su cara lo que es obvio no sólo para una puta caliente como mi esposa, sino para cualquier mujer: la decepción que provoca la insatisfacción. Y es que ninguna mujer puede sentirse satisfecha con un “rendimiento” como el mío.

 Generalmente, los otros que se la han cogido delante de mí aguantan mucho tiempo antes de venirse, provocándole varios orgasmos y una cara de satisfacción que yo nunca le he podido arrancar. A pesar de que soy un cornudo sumiso, pendejo y me dice hasta maricón, esto es solamente una fantasía, pero tengo que reconocer que en la realidad no soy suficientemente hombre para la putona de mi esposa.



Mi falta de hombría, que reconozco en la fantasía y en la realidad, hizo que desde hace un par de meses me pusiera a pensar en que lo más justo es que mi esposa tuviera un amante. Pero no como los machos que ocasionalmente se la han cogido, sino un amante de planta que le dé el placer que yo no puedo darle.


Un hombre que sea una especie de novio de mi mujer y, a la vez, un amante diestro, potente y que la satisfaga en sus deseos sexuales, alguien que mantenga una relación seria con mi esposa y la tenga, como se dice vulgarmente, “bien cogida”.

Algunos podrán pensar que estoy loco, pero nuestra vida sexual nos ha hecho lo suficientemente abiertos como para aceptar y gozar una situación así, en la que otro hombre sería el dueño de los favores sexuales de mi esposa, dejándome a mí como un agradecido plato de segunda mesa.

Un macho que tuviera “derecho de piso” sobre mi esposa y que fuera, incluso, más importante que yo (su marido) en las lides sexuales; alguien por quien me esposa se emocione cuando le llame para verse y que deje todo para ir a darle las nalgas. Un hombre que la deje con una cara de felicidad después de darle verga.



¿Cuál sería mi papel en esa relación? Obviamente, el de un marido cornudo que acepta no poder darle a su mujer la satisfacción que necesita y que está de acuerdo en que otro se la coja una o dos veces por semana para tenerla contenta. Estoy dispuesto y aceptaría llevarla y recogerla en los hoteles donde fuera a darle las nalgas a su amante e, incluso, fungir como criado y sirviente de ambos cuando me requieran para divertirse un poco.

Que mi esposa tenga un amante produce en mí una mezcla de amor (por darle algo que conmigo no tiene), justicia (por la misma razón) y lujuria (pues me excita de sobremanera la posibilidad). Estas tres poderosas razones han provocado que me masturbe pensándolo, sintiendo una satisfacción infinita al imaginarme diversas situaciones.

 Me excita pasar a recogerla al hotel y que ella, desnuda, me abra la puerta de la habitación, pidiéndome que la espere sentado en una silla mientras termina de coger con su amante. También me calienta que me llame por teléfono para decirme que llegará tarde porque su amante se la quiere coger o que juntos se van de fin de semana a alguna playa.

Como lo comenté anteriormente, desde que estamos casados ella nunca le ha dado las nalgas a otro en mi ausencia, siempre he estado presente cuando la culean. No obstante, un corneador de planta necesariamente vendría a cambiar las cosas y sé que muchas veces yo sería un estorbo para que ellos gocen. Por ello, estoy dispuesto a aceptar humildemente que mi degenerada esposa y su amante decidan cuándo “invitarme” a sus sesiones de placer y a esperar resignado cuando quieran estar a solas.

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